Cuento ganador en categoría infantil del I concurso de Relato Corto de OAN International.

Desperté con las primeras luces del alba. Los rayos luminosos se colaban a través de la ventana e inundaban de luz toda la habitación con ese tono alegre característico del sol. Un nuevo día comenzaba en los mejores campos de trigo de todo Benín. Me incorporé sobre el lecho y dediqué unos minutos a observar la habitación. Las paredes parecían tener luz propia. Una vez en pie di unas vueltas por la estancia. Me sentía radiante… Cualquiera se habría extrañado si me hubiese visto. Pero lo cierto es que así era. Estaba feliz.
Mucha gente del norte, más allá de África, piensa que somos desafortunados y que todos nosotros somos infelices. Es cierto que no vivimos de la misma forma, que no poseemos los mismos avances tecnológicos, es cierto que muchos, al igual que yo,vivimos en casas hechas con barro, piedras y paja, que necesitamos ayuda muchas veces… Pero también es verdad que me encanta mi vida, que amo a mis cuatro hermanos, que adoro a mis padres y que tengo la suerte de poder ir a una escuela. Y, sobretodo, me siento muy orgullosa de tener a Tikka, mi cabra. La encontramos pisando y comiéndose nuestras cosechas hace año y medio. Mi padre se enfadó y casi arremetió contra ella. Y entonces fue cuando yo la cogí entre los brazos y pregunté si podíamos quedárnosla. “Ya somos muchos en casa, Mutala”, dijo mi madre. Y, justo en ese momento, mis hermanos empezaron a decir a coro: “Por favor, quedémonosla”. Éramos cinco contra dos. Ganamos limpiamente.
-¡Mutala, ven! -dijo Kalim, mi hermano mayor- He encontrado una cosa que te va a encantar… Corre.
-¡Ya voy! –grité desde la habitación, asomándome por la ventana.
Salí de casa fácilmente y fui corriendo a los campos, buscándolo, intrigada por descubrir que era aquello que me tenía preparado. Lo vi agachado entre la maleza junto a Rafiq, mi otro hermano mayor. Dudé un instante antes de adentrarme en el terreno.
-¿Qué pasa? –pregunté, agachándome junto a ellos.
Ambos señalaron al suelo, respondiendo a mi pregunta. Bajé la mirada hasta que mis ojos se toparon con un ser minúsculo. Una mariposa azul. Era preciosa. Los colores de sus alas contrastaban con el resto del paisaje, cuyo color principal era el amarillo pálido de los campos. Contemplarla era maravilloso. De repente me di cuenta de que no se movía. Estaba totalmente quieta. Nos temía.
-Alejémonos. Tiene miedo… -les dije, tirando de ellos hacia atrás.
No se resistieron. No dijeron una palabra. Estaban hipnotizados por su belleza.
Sopló algo de viento que agitó las espigas de trigo. Ella se alarmó y decidió escapar por fin. Alzó el vuelo y ascendió hasta confundirse con el azul del firmamento. Estuvimos unos minutos en silencio haciéndonos a la idea de que se había ido.
-Kalim y yo queríamos atraparla para ti.
-No. Es mejor así. Está libre y vivirá lo que le quede de existencia. Hará felices a todos los niños que la vean. Quedárnosla sería como privarla de su libertad y prohibirle que haga sonreír a toda esa gente…
-Muy filosófico, hermanita. –dijo Kalim, en tono burlón- pero ahora toca ir al colegio. Coge tus cosas y llama a Malik. Te esperamos detrás, hoy nos lleva papá.
Eso hice. Malik se levantó de la cama haciendo un gran esfuerzo por despertarse y, una vez estuvo en pie, lo cogí a caballito y fui de nuevo junto con los demás. Él era el más pequeño de los hermanos, hasta que llegó Naim. Tiene seis años y es muy celoso con nuestro hermano menor. Cada vez que mi madre lo coge, Malik empieza a llorar desconsoladamente, como si le hubiesen traicionado. Por eso a veces se comporta como un niño pequeño para intentar dirigir nuestra atención hacia él. Con mis padres funciona, pero con Kalim, Rafiq y conmigo sus lloriqueos tienen un efecto completamente nulo.
Cuando los alcancé estaban todos subidos en el viejo tractor que conduce mi padre para arar el campo. En su momento nos costó una fortuna, pero de eso hace ya más de diez años, y ahora hay muchos modelos nuevos que lo superan con creces. Monté en el vehículo y senté a Malik sobre mis rodillas. Él se acomodó y apoyó la cabeza en mi hombro. Bostezó.
Mucha gente del norte, más allá de África, piensa que somos desafortunados y que todos nosotros somos infelices. Es cierto que no vivimos de la misma forma, que no poseemos los mismos avances tecnológicos, es cierto que muchos, al igual que yo,vivimos en casas hechas con barro, piedras y paja, que necesitamos ayuda muchas veces… Pero también es verdad que me encanta mi vida, que amo a mis cuatro hermanos, que adoro a mis padres y que tengo la suerte de poder ir a una escuela. Y, sobretodo, me siento muy orgullosa de tener a Tikka, mi cabra. La encontramos pisando y comiéndose nuestras cosechas hace año y medio. Mi padre se enfadó y casi arremetió contra ella. Y entonces fue cuando yo la cogí entre los brazos y pregunté si podíamos quedárnosla. “Ya somos muchos en casa, Mutala”, dijo mi madre. Y, justo en ese momento, mis hermanos empezaron a decir a coro: “Por favor, quedémonosla”. Éramos cinco contra dos. Ganamos limpiamente.
-¡Mutala, ven! -dijo Kalim, mi hermano mayor- He encontrado una cosa que te va a encantar… Corre.
-¡Ya voy! –grité desde la habitación, asomándome por la ventana.
Salí de casa fácilmente y fui corriendo a los campos, buscándolo, intrigada por descubrir que era aquello que me tenía preparado. Lo vi agachado entre la maleza junto a Rafiq, mi otro hermano mayor. Dudé un instante antes de adentrarme en el terreno.
-¿Qué pasa? –pregunté, agachándome junto a ellos.
Ambos señalaron al suelo, respondiendo a mi pregunta. Bajé la mirada hasta que mis ojos se toparon con un ser minúsculo. Una mariposa azul. Era preciosa. Los colores de sus alas contrastaban con el resto del paisaje, cuyo color principal era el amarillo pálido de los campos. Contemplarla era maravilloso. De repente me di cuenta de que no se movía. Estaba totalmente quieta. Nos temía.
-Alejémonos. Tiene miedo… -les dije, tirando de ellos hacia atrás.
No se resistieron. No dijeron una palabra. Estaban hipnotizados por su belleza.
Sopló algo de viento que agitó las espigas de trigo. Ella se alarmó y decidió escapar por fin. Alzó el vuelo y ascendió hasta confundirse con el azul del firmamento. Estuvimos unos minutos en silencio haciéndonos a la idea de que se había ido.
-Kalim y yo queríamos atraparla para ti.
-No. Es mejor así. Está libre y vivirá lo que le quede de existencia. Hará felices a todos los niños que la vean. Quedárnosla sería como privarla de su libertad y prohibirle que haga sonreír a toda esa gente…
-Muy filosófico, hermanita. –dijo Kalim, en tono burlón- pero ahora toca ir al colegio. Coge tus cosas y llama a Malik. Te esperamos detrás, hoy nos lleva papá.
Eso hice. Malik se levantó de la cama haciendo un gran esfuerzo por despertarse y, una vez estuvo en pie, lo cogí a caballito y fui de nuevo junto con los demás. Él era el más pequeño de los hermanos, hasta que llegó Naim. Tiene seis años y es muy celoso con nuestro hermano menor. Cada vez que mi madre lo coge, Malik empieza a llorar desconsoladamente, como si le hubiesen traicionado. Por eso a veces se comporta como un niño pequeño para intentar dirigir nuestra atención hacia él. Con mis padres funciona, pero con Kalim, Rafiq y conmigo sus lloriqueos tienen un efecto completamente nulo.
Cuando los alcancé estaban todos subidos en el viejo tractor que conduce mi padre para arar el campo. En su momento nos costó una fortuna, pero de eso hace ya más de diez años, y ahora hay muchos modelos nuevos que lo superan con creces. Monté en el vehículo y senté a Malik sobre mis rodillas. Él se acomodó y apoyó la cabeza en mi hombro. Bostezó.
Los motores rugieron con fuerza y comenzamos la marcha. Estuvimos todo el
trayecto hablando, jugando y cantando. Todos menos Malik, que descansaba con los ojos entornados, usándome de almohada. Llegamos al colegio poco después.
-Vengo a recogeros a las cuatro, no os olvidéis.-dijo mi padre, por séptima vez.
Todos nos despedimos y entramos en nuestras respectivas aulas. Era una escuela pequeña, pero cumplía bien su papel. Había cinco habitaciones. La primera era para niños de entre tres y cinco años. La segunda era de entre seis y nueve. La tercera era entre diez y doce. Y la cuarta era entre trece y dieciséis. La quinta tenía cuatro letrinas, dos pilas de baño, una pastilla de jabón y dos urinarios en la pared. Busqué la puerta de la tercera habitación y cogí una bocanada de aire antes de girar el pomo y enfrentarme a un nuevo día. Todos los alumnos estaban en el suelo, escuchando a la maestra, que daba vueltas por la estancia y paseaba la mirada entre sus pupilos, intentando llamar su atención. Pero en aquel momento estaban más pendientes de mí. La profesora se percató de ello y me indicó con un gesto que me sentara. Asentí y obedecí.
-Muy bien, Mutala. Como iba diciendo, a partir de hoy tenéis a una persona más a la que podréis conocer. Vais a hacer un amigo que vive muy lejos. Fuera de Benín, más allá de África. Gracias a la ONG Aditea’s Project tenemos un ordenador con el cual podréis hablar con gente de otros lugares del mundo. Además, ellos os enviarán regalos todos los meses. ¿No os parece interesante?
-Sííí – corearon todos menos yo. Tenía mis dudas… Levanté la mano.
-Di, Mutala.
-¿Tenemos todos un padrino extranjero o hay que presentarse voluntario?
-Es voluntario, por supuesto.
-En ese caso, me ofrezco para ser la primera voluntaria.-dije firmemente.
-De acuerdo… -murmuró ella- El ordenador está en el aula uno. Allí Kashim te
explicará cómo lo has de usar y con quién vas a hablar.
-Gracias. –dije mientras me ponía en pie. A todos les extrañó ese cambio tan repentino, pero antes de que me pudieran ordenar volver a sentarme ya había desaparecido por la puerta.
Alcancé la sala y atravesé la puerta velozmente, sin fijarme en los niños que repetían en voz alta los números del uno al diez, una y otra vez, siguiendo las órdenes de su maestra. Tras una cortina, encajada en la esquina de la habitación, estaba Kashim, configurando el sistema operativo del ordenador. Carraspeé, haciéndome notar. Surtió el efecto esperado.
-¡Ah! Que sorpresa, Mutala. ¿A qué se debe tu visita? –me extrañó que no dedujese el motivo.
-Quiero usarlo – dije señalando el aparato, ilustrando mis palabras- Me interesa mucho el proyecto… Me gustaría ser la primera en probarlo. -Le mostré una de mis mejores sonrisas, sabiendo que no podría negarse.
Hubo una larga pausa. Parecía que lo estaba consultando consigo mismo.
-Está bien… - se apartó del monitor y me indicó con un gesto que ocupara su sitio.
-¡Bien! – exclamé en un tono de voz exagerado.
Estuve allí dos horas aprendiendo como se manejaba aquel extraño aparato. Una vez comprendí lo básico, Kashim me dijo el niño que me apadrinaba. Un tal Jorge Pérez. Que nombre tan peculiar… O eso me parecía a mí. Escribí mi primer mensaje y, tras releerlo varias veces y asegurarme de que todo estaba en orden, envié este correo:
“Querido Jorge:
Mi nombre es Mutala. Tengo doce años y vivo con mis padres en los mejores campos de trigo de Benín, o eso pensamos mis hermanos y yo. Tengo muchas preguntas que hacerte… Y supongo que en tu caso será igual. ¡Gracias por apadrinarme, Jorge! ¿Qué edad tienes? ¿Dónde vives?
Mutala”
Pasaban los días y nadie respondía. Cada vez más gente se presentaba voluntaria y disfrutaban de las conversaciones que mantenían con sus padrinos y madrinas virtuales. ¿Por qué yo no era correspondida? Me empecé a desilusionar… pensando que jamás contestaría. Pero al octavo día de espera obtuve una respuesta.
“Querida Mutala:
Como ya sabes, mi nombre es Jorge Pérez. Vivo en Castellón, España. Tengo trece años y a veces ayudo a mi padre trabajando en el mejor bar del barrio, o eso pensamos mi hermana y yo. También me gustaría hacerte muchísimas preguntas. Es increíble poder compartir este tipo de experiencias. Estoy encantado de haberte apadrinado. Espero que ambos aprendamos el uno del otro. Y una pregunta que me gustaría hacerte es… ¿Cuál es tu color favorito?
Jorge”
“El azul”, escribí, recordando a la mariposa.
Jorge recibió el mensaje y, justo en ese momento, un insecto de porte majestuoso llamó su atención. Era ella.
Aditea
trayecto hablando, jugando y cantando. Todos menos Malik, que descansaba con los ojos entornados, usándome de almohada. Llegamos al colegio poco después.
-Vengo a recogeros a las cuatro, no os olvidéis.-dijo mi padre, por séptima vez.
Todos nos despedimos y entramos en nuestras respectivas aulas. Era una escuela pequeña, pero cumplía bien su papel. Había cinco habitaciones. La primera era para niños de entre tres y cinco años. La segunda era de entre seis y nueve. La tercera era entre diez y doce. Y la cuarta era entre trece y dieciséis. La quinta tenía cuatro letrinas, dos pilas de baño, una pastilla de jabón y dos urinarios en la pared. Busqué la puerta de la tercera habitación y cogí una bocanada de aire antes de girar el pomo y enfrentarme a un nuevo día. Todos los alumnos estaban en el suelo, escuchando a la maestra, que daba vueltas por la estancia y paseaba la mirada entre sus pupilos, intentando llamar su atención. Pero en aquel momento estaban más pendientes de mí. La profesora se percató de ello y me indicó con un gesto que me sentara. Asentí y obedecí.
-Muy bien, Mutala. Como iba diciendo, a partir de hoy tenéis a una persona más a la que podréis conocer. Vais a hacer un amigo que vive muy lejos. Fuera de Benín, más allá de África. Gracias a la ONG Aditea’s Project tenemos un ordenador con el cual podréis hablar con gente de otros lugares del mundo. Además, ellos os enviarán regalos todos los meses. ¿No os parece interesante?
-Sííí – corearon todos menos yo. Tenía mis dudas… Levanté la mano.
-Di, Mutala.
-¿Tenemos todos un padrino extranjero o hay que presentarse voluntario?
-Es voluntario, por supuesto.
-En ese caso, me ofrezco para ser la primera voluntaria.-dije firmemente.
-De acuerdo… -murmuró ella- El ordenador está en el aula uno. Allí Kashim te
explicará cómo lo has de usar y con quién vas a hablar.
-Gracias. –dije mientras me ponía en pie. A todos les extrañó ese cambio tan repentino, pero antes de que me pudieran ordenar volver a sentarme ya había desaparecido por la puerta.
Alcancé la sala y atravesé la puerta velozmente, sin fijarme en los niños que repetían en voz alta los números del uno al diez, una y otra vez, siguiendo las órdenes de su maestra. Tras una cortina, encajada en la esquina de la habitación, estaba Kashim, configurando el sistema operativo del ordenador. Carraspeé, haciéndome notar. Surtió el efecto esperado.
-¡Ah! Que sorpresa, Mutala. ¿A qué se debe tu visita? –me extrañó que no dedujese el motivo.
-Quiero usarlo – dije señalando el aparato, ilustrando mis palabras- Me interesa mucho el proyecto… Me gustaría ser la primera en probarlo. -Le mostré una de mis mejores sonrisas, sabiendo que no podría negarse.
Hubo una larga pausa. Parecía que lo estaba consultando consigo mismo.
-Está bien… - se apartó del monitor y me indicó con un gesto que ocupara su sitio.
-¡Bien! – exclamé en un tono de voz exagerado.
Estuve allí dos horas aprendiendo como se manejaba aquel extraño aparato. Una vez comprendí lo básico, Kashim me dijo el niño que me apadrinaba. Un tal Jorge Pérez. Que nombre tan peculiar… O eso me parecía a mí. Escribí mi primer mensaje y, tras releerlo varias veces y asegurarme de que todo estaba en orden, envié este correo:
“Querido Jorge:
Mi nombre es Mutala. Tengo doce años y vivo con mis padres en los mejores campos de trigo de Benín, o eso pensamos mis hermanos y yo. Tengo muchas preguntas que hacerte… Y supongo que en tu caso será igual. ¡Gracias por apadrinarme, Jorge! ¿Qué edad tienes? ¿Dónde vives?
Mutala”
Pasaban los días y nadie respondía. Cada vez más gente se presentaba voluntaria y disfrutaban de las conversaciones que mantenían con sus padrinos y madrinas virtuales. ¿Por qué yo no era correspondida? Me empecé a desilusionar… pensando que jamás contestaría. Pero al octavo día de espera obtuve una respuesta.
“Querida Mutala:
Como ya sabes, mi nombre es Jorge Pérez. Vivo en Castellón, España. Tengo trece años y a veces ayudo a mi padre trabajando en el mejor bar del barrio, o eso pensamos mi hermana y yo. También me gustaría hacerte muchísimas preguntas. Es increíble poder compartir este tipo de experiencias. Estoy encantado de haberte apadrinado. Espero que ambos aprendamos el uno del otro. Y una pregunta que me gustaría hacerte es… ¿Cuál es tu color favorito?
Jorge”
“El azul”, escribí, recordando a la mariposa.
Jorge recibió el mensaje y, justo en ese momento, un insecto de porte majestuoso llamó su atención. Era ella.
Aditea